12 HORAS CON TIBURONES: RECORD EN BAHAMAS

Abril 2011.

Salí de Madrid dirección Bahamas para embarcarme en el “Dolphin Dream” con un objetivo claro: pasar 12 horas, bajo el agua, rodeado de tiburones. La intención era, no sólo bucear con tiburones sino interaccionar con ellos y poder corroborar lo que ya pensaba: los submarinistas no somos su presa. Para ello necesitaba estar tiempo y, no sólo durante el día sino también por la noche, momento en el que, como seguro sabréis, son más activos, agresivos y “cazadores”.

Aunque en los viajes normales tengo siempre un pequeño nerviosismo por el sólo echo del comienzo del mismo, este, como es lógico, tengo un nerviosismo “especial”. Me pregunto… ¿Seré capaz de aguantar? ¿Se pondrán muy nerviosos los tiburones? En fin, esas respuestas sólo las podré dar cuando llegue el momento…

¿Por qué Tiger Beach?

La elección del lugar fue fácil, ya conocía Tiger Beach y sabía las posibilidades de poder alcanzar mi record estando acompañado, en todo momento, de escualos. Para quienes no lo conozcáis, esta zona de buceo, situada en las inmediaciones de Grand Bahama, se caracteriza por su profundidad, no mayor de 6 metros, fondo de arena y una posibilidad casi del 100% de compartir el buceo con decenas de tiburones.

Primera toma de contacto.

La primera toma de contacto, por logística del viaje, debía ser por la noche y resultó una de las más complicadas. Ya había vivido esta experiencia y no me resultaba peligrosa, aunque no pude convencer ningún miembro de mi equipo para que se metiese conmigo. Jorge “el niño” y, a partir de ese momento, integrante de un equipo que ni se lo había planteado antes, me acompañó y juntos, compartimos una de las más “inquietantes” experiencias que he tenido debajo del agua. Durante los 40 primeros minutos, la inmersión fue tranquila: ocho tiburones limón y un tigre nos rodeaban. Pero de pronto, comenzamos a notar una mayor actividad de los tiburones. Aparecieron más, estaban nerviosos, más rápidos, chocaban contra nosotros, nos “embestían” sin intención de atacar pero sí “marcando territorio”… Jorge los golpeaba con su stick para persuadirles de su acercamiento, yo puse la cámara entre ellos y mi cuerpo… ¿qué estaba pasando? Descubrimos que uno llevaba un trozo de pescado en su boca, ¡no nos lo podíamos creer! Desde el barco estaban cebando… Era el momento de salir antes de que se pusiesen más nerviosos y nos confundieran con competidores suyos por la comida o peor aún, con sus presas. El niño me hace una señal de ascenso. Al estar un poco lejos de la escalera, le agarro y le llevo a ella. Sube él primero, yo espero y subo al minuto.

Nunca había visto tan nervioso a ningún tiburón en mi vida, ha sido… ¡excitante!, aunque… de menuda nos hemos librado. En menos de 36 horas, mi punto entrada será el mismo que el de esta noche, como se suele decir ¡¡buen rollito!!

Un poco de Wrangling (disputa de cebo con tiburones)

Amanecemos en el mismo lugar, Tiger Beach. La primera inmersión que hacemos es un poco “light” comparada con la de anoche, por ello, hablamos con el capitán y le pedimos que ponga un poco más de cebo.

Con su consentimiento, sus dive masters empiezan a hacer “wrangling” con los tiburones. Esta práctica consiste en poner una cabeza de pescado en el extremo de un cabo para atraer de una forma más directa a los escualos al barco.

No tarda en hacer efecto, un enorme tiburón tigre se acerca al Dolphin Dream. Debe medir casi 4 metros. En ese momento meto mi cámara en el agua desde la cubierta (sujetándola con mis manos) para intentar coger buenas imágenes del tigre luchando por el cebo. ­Se acerca tanto, tanto, que una de sus tentativas muerde mi carcasa. ¡Impresionante! He tenido los dientes del tiburón a muy pocos milímetros de mi mano. Os aseguro que si algún día decido vender mi equipo de vídeo, le sumaré un “extra” por las marcas dejadas por los dientes de ese tiburón tigre.

Probando el equipo.

A menos de 24 horas del gran acontecimiento, amaneció un día precioso que aproveché para preparar y probar el equipo que utilizaría para mi aventura: dos botellas laterales con reguladores; la botella principal de la que respirar con la máscara Ocean Reef, beber y comunicarme con el barco y mis compañeros; “lastre” adecuado para “anclarme” al fondo con el semiseco bajo el que llevaría un Sharkskin para protegerme del frío durante las 12 horas de inmersión, etc.

En una corta inmersión pude comprobar que todo funcionaba a la perfección: hablaba, bebía y me podía mover con facilidad con tanto equipo… ya sólo quedaba esperar a que el tiempo pasara y el reloj marcase las 6 de la mañana.

El gran día.

20 de abril: El gran día llegó. Me levanté a las 5 de la mañana. Una barrita energética, un zumo de frutas y unos minutos de soledad en la popa del “Dolphin Dream” mirando hacia el “oscuro” mar para tomar conciencia de la paciencia, tranquilidad y energía de la que me tenía que “cargar” para aventurarme a lo que me esperaba. 12 horas iba a ser mucho tiempo.

Empezaron a aparecer los compañeros con los que iba a compartir las primeras horas y nos dispusimos a equiparnos. La idea era que yo estuviese, en todo momento, acompañado de dos personas, que irían alternándose cada hora haciéndose el relevo y llevándome cargada una de las botellas laterales, además de bebida energética para mantenerme hidrato. De los dos miembros de esa pareja, uno se encargaría de hacer fotografías o video, y el otro de cubrirnos “las espaldas” vigilando el comportamiento de los tiburones. Los tigre son animales extremadamente peligrosos y muy curiosos, se acercan mucho e incluso intentan tocarte con el morro, por eso, cuando buceas con ellos, debes estar siempre atento y tenerles, en la medida que te lo permita la visibilidad, siempre localizados y controlados.

José Luis Huertas y Jorge “el niño” saltaron al agua antes que yo para poder grabar mi entrada en el mar y el inicio del posible record. Salté al mar, cogí mi cámara, dije adiós con la mano a los integrantes del equipo que habían madrugado para desearme suerte y empecé el descenso. Comenzaba la cuenta atrás.

Y no comenzó muy bien. Según llegaba al fondo pude comprobar que había mucha corriente y me costaba mantenerme quieto. Si permanecía así mucho tiempo, se acabaría todo. Me puse de espaldas a ella, clavé la rodilla en el fondo y conseguí empezar a encontrarme más cómodo. Me comuniqué con superficie para decirles que todo iba bien y que habían empezado a aparece algunos tiburones limón para curiosear, pero sin dar muestra alguna de peligro. La tranquilidad de la noche me relajó enseguida.

Después de 40 minutos de inmersión empezó a despuntar poco a poco el sol. Fue impresionante poder vivir el cambio de luz bajo el agua, sólo por eso, ya merecía la pena estar ahí.

A las 7, entró el primer relevo, Alejo y Jorge. Alejo me hizo preguntas para comprobar que estaba bien y Jorge tiró alguna foto. A la media hora, sobre las 7:30, empezaron a llegar los primeros tigres. La cosa se animó bastante con su presencia. Al terminar este turno ya se habían cumplido 2 horas, el reto… “iba viento en popa”.

Fueron pasando las horas y relevándose mis compañeros, pero los que no cambiaban eran los tiburones. Siempre atentos, curioseando, acercándose a olisquear las cajas de cebo y mirándome cada vez más cerca pero con tranquilidad, como quien comparte una inmersión con su pareja de toda la vida. A veces se acercaban demasiado y, mientras tenía mi cámara conmigo me sentía “protegido” pero cuando tuvieron que subírsela para descargar imágenes y cargar baterías, me sentí como “desnudo” ante ellos.

Llegó un nuevo turno, Connor Casidy y Teresa Migoya, de nuevo mi cámara y algunos tiburones más. Teníamos a nuestro alrededor tres tiburones tigre y más de 12 limones: el espectáculo era total.

Las seis primeras horas se pasaron enseguida, pero las dos siguientes fueron las peores. De nuevo sin cámara y además con pocos tiburones “a la vista” comencé a sentirme aburrido (que no cansado). Decidí hablar con superficie y pedirles que cebaran desde el barco un poco, para ver si empezaba de nuevo “la fiesta” y, cual fue mi sorpresa cuando me dijeron que, en el siguiente turno entraba Travis con una caja de cebo para darles de comer bajo el agua. Mientras esperaba, empecé a acariciar el lomo del tigre que nos acompañaba en ese momento y mi compañero Alejo decidió hacer lo mismo. Una nueva experiencia compartida.

Entre las 14 y las 16 horas tuve la mejor de las experiencias. Junto con Travis y la caja de cebo, llegaron Teresa y Connor. Según iba Travis dándoles de comer, los tigres se nos acercaban más y más. Vi como Connor les tocaba por la boca con su mano, y ante la sorpresa de Teresa mientras me filmaba, me aventuré a imitarle. Sin protección alguna porque la cámara la tenía ella, no se si él se acercó a mi o yo a él, pero pude tenerle tan cerca que le cogí por la parte superior de la boca y pude elevarle casi un metro. ¡Impresionante! Cerró los ojos y pareció como si, durante los 5 o 6 segundos siguientes, entrase “en trance”, luego le solté, dio un golpe de aleta y lomo, y se separó de mí, pero sin alejarse mucho. Conseguí repetir la escena varias veces y en todas ocurrió lo mismo: se paraba ante mí y “me dejada hacer”. Lo mejor de mi vida con tiburones: “torear” a un tigre de casi 4 metros.

La visibilidad empezó a empeorar en las dos últimas horas. No sabía si habían desaparecido los tiburones ya aburridos de mi presencia o que no les veía, el caso es que, para entretenerme y pasar el rato, el turno siguiente se bajó unos dados y un tablero, y nos pusimos a jugar unos “dados submarinos”. Buena idea, Jorge. Eso si, en todo momento se estaba vigilando a los tiburones por si querían “participar en la partida”.

En Madrid, había calculado con el V-Planner si con una inmersión a 5/6 metros de 12 horas iba a necesitar parada deco y aunque no iba a ser necesario, preferí pasar la última hora a 3 metros, colgado de un cabo. Una hora larga pero expectante y llena de curiosidad porque a esa profundidad podía oír la música que envolvía todo el barco y mi imaginación empezó a vagar pensando en lo que me estaría esperando…

Por fin, la superficie.

Cuando por fin llegaron las 6 de la tarde, cumplidas ya las 12 horas, comencé el ascenso. Primero saqué una mano y luego me asomé a la superficie: largo y duro pero había merecido la pena. Estaba todo el mundo en popa aplaudiéndome, un cartel enorme decía “12 H: Karlos, you did it” y una botella de cava me esperaba para celebrar con su descorche que lo había conseguido: 12HORAS, DEBAJO DEL AGUA, RODEADO DE TIBURONES.

Dedicado a… ellos, los tiburones.

Este record, este reto, esta hazaña, no ha sido realizada sólo por satisfacción personal, ni mucho menos. Con ello he querido demostrar que los tiburones no son peligrosos para los submarinistas. He estado expuesto 12 horas a su merced, pudiéndome haber devorado después de estudiarme durante tanto tiempo, y, como esperaba, eso no ha sido así. Sólo iban a por lo que les interesaba, su comida, el cebo.

Esto es una muestra más para que el hombre, el verdadero peligro para este planeta, deje de matar tiburones. No son tan peligrosos como nos hacen creer ni sus aletas son necesarias.

 

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