Después de una semana fantástica de buceo por Sudán a bordo del Blue Force 3, el 11 de marzo, a dos días de desembarcar, recibíamos las primeras “sorprendentes” noticias de cómo iba el avance del virus en España.
Salimos de viaje el día 5 con unos 80 casos de contagios y creo que un par de muertes, no recuerdo bien, y cuando algunos del grupo pudieron contactar vía mensajes de texto con sus familiares, ese miércoles 11, las cifras se habían disparado: más de 2.000 contagiados y casi 100 muertos. Ninguno de los integrantes del grupo de buceo nos imaginábamos, ni por asomo, lo que iba a pasar en España y en general en el mundo entero y mucho menos, lo que me iba a pasar a mi, en los próximos días…
Se puede decir que la pesadilla del COVID-19 empezó a crecer en nuestras mentes ese miércoles casi a la misma velocidad que lo estaba haciendo el dichoso virus.
DESEMBARCO EN PORT SUDÁN Y LLEGADA A ESPAÑA
Curiosamente, ese día 13 de marzo no hacía mucho calor en Port Sudán. Chispeaba un poco y el cielo estaba totalmente cubierto. Tres días antes el calor fue un poco agobiante, y eso que estábamos en marzo, y Teresa y yo decidimos dormir esa noche con el aire acondicionado encendido ¡Error! Al día siguiente tenía síntomas de sinusitis, algo que me pasa más o menos una vez al año si me descuido un poco con situaciones de frío/calor. Un poco de dolor en los senos y quizás unas décimas, no me impidió hacer las últimas inmersiones del viaje.
Desembarcamos sobre las 11:30, llegamos al aeropuerto y… empezó el calvario de la primera parte del retorno. Lentitud infinita para facturar, controles múltiples en la zona de inmigración y lo peor, las seis o siete horas que estuvimos esperando que saliera el vuelo, parece que por una tormenta, en una sala que no tenía más de 200m2. Todos los pasajeros del avión, no se el número exacto pero podríamos estar unas 250 personas, confinadas en una sala con solamente un baño. Como dato “curioso” destacar que habría unos 50 o 60 italianos que viajaban de vuelta a Roma, muchos de ellos llevando ya mascarillas.
Por fin salimos y volamos directamente a Dubai. Si no hubiera habido retraso habríamos hecho escala técnica en Khartoum, pero con la nueva situación, no hizo falta. Llegamos a Dubai sobre la 1:30h, seis nuevas horas de escala, eso si, en un gran aeropuerto, y a las 7:25 salimos en el que según las azafatas de Emirates, la compañía con la que volábamos, era el último vuelo a España por lo que estaba pasando con el COVID-19.
Desde que salimos de Port Sudán la sinusitis parecía que iba en aumento: dolor de cabeza leve y fiebre no muy alta que aparecía cada 6/7 horas. Estaba deseando llegar a Madrid para poder tratarme con antibiótico y que se me pasara rápido. Mientras tanto, durante el viaje, paracetamol y a aguantar el tirón.
12:30 del día 14. Llegada a Madrid, ningún chequeo de temperatura a la llegada, control de pasaportes como en cualquier otro viaje, maletas y a Mercadona a hacer la compra. Nuestra nevera estaba en modo “eco” y había que reponer. En ese momento no había ninguna medida de seguridad en el supermercado, había bastante gente y todo el mundo actuaba de forma normal, es decir, no se usaban guantes, ni mascarillas ni había distancia de seguridad a la hora de pagar.
Ese mismo sábado empecé ya con antibiótico. Tres tomas, una cada 24 horas, esperando que en tres o cuatro días la sinusitis me dijera adiós para poder estar en casa, eso si, confinado, pero haciendo “vida normal” por llamarlo de alguna forma. Hubo alguna subida de fiebre por la noche pero nada relevante.
El lunes 16 Teresa volvió a trabajar a la tele (TVE). Realmente fue su primer y último día “presencial”. Al estar tratada con medicación por su asma, se la consideró persona de riesgo y la autorizaron para hacer tele-trabajo. Algo que en las semanas siguientes, agradecí infinitamente.
A mi ya no me dolía casi la cabeza, hablo de ese mismo lunes, tampoco tenía ya fiebre y aunque me encontraba un poco cansado, parecía que la mejoría iba llegando. Nada más lejos de la realidad. En pocos días iba a empezar “la verdadera fiesta” en mi cuerpo…
NUEVOS SÍNTOMAS Y CAIDA EN PICADO
El día 17 aparecieron nuevos síntomas. Me empezó a doler un poco la garganta, el cansancio y el dolor muscular se manifestaban, y el dolor de cabeza parecía que volvía de nuevo. Algunos de los síntomas eran distintos a los que había tenido otras veces con una sinusitis, pero leyendo un poco sobre ello, parecía que eran normales de la propia enfermedad.
Al día siguiente, el cansancio era aún mayor, ya no me levantaba casi de la cama y el dolor de cabeza crecía exponencialmente. Pero cuando se disparó todo, fue a partir del 19 o el 20, no recuerdo bien. Fiebre que superaba los 39 grados, cansancio extremo, dolor de cabeza insoportable y de vez en cuando temblores y convulsiones en la cama. Incluso un día por la noche perdí el conocimiento cuando intenté levantarme, imagino que al baño. Digo imagino porque solamente recuerdo la acción de levantarme. Al cabo del rato, ya metido en la cama, realmente sin saber cómo, me desperté y noté que me dolía la cara y la nariz. Me pase la mano y me di cuenta que tenía varios bultos y arañazos. Llamé a Teresa, debían ser las 4 de la madrugada, y vino a ver qué me pasaba. Le pregunté si tenía algo en la cara y me contestó que sí, que tenía varios golpes. Se quedó bastante sorprendida porque realmente no supe qué decirle. No recordaba en qué momento me lo había hecho y contra qué me había dado. Aún a día de hoy, no doy crédito a lo que pasó en ese momento…
El malestar seguía en aumento y ya no podía casi ni moverme. Además poco a poco se me iban quitando las ganas de comer. Menos mal, como he dicho antes, que Teresa estaba en casa y me cuidaba como la mejor enfermera del mundo. Si no llega a ser por ella, por su atención, su cariño y sus cuidados, hubiera sido imposible aguantar por lo que estaba pasando.
Porque la verdad, no recuerdo haber estado en una situación tan dura en mi vida, estoy seguro que nunca he estado tan malo. Había días que lloraba del dolor de cabeza que tenía y otros pensaba que mi cuerpo no aguantaría el malestar por el que pasaba. Casi a cada minuto me encontraba mal, no tenía tregua.
El sábado 21 Teresa llamó de nuevo al número del COVID en Madrid y al yo no tener falta de respiración, nos recomendaron que siguiera en casa. Podría ser un caso positivo pero de momento no había motivos para ir al hospital, además, las noticias que nos daban de cómo estaban los hospitales no eran muy esperanzadoras: todo saturado, gente por los pasillos… un panorama digno de una película de ciencia ficción.
Mi gran amigo Mateo, médico de urgencias, que me iba siguiendo cada día por teléfono desde Almería y mi médico de familia de Sanitas, coincidieron que tenía que volver a tomar antibiótico, otro diferente y más efectivo, para luchar contra la sinusitis y eliminar mi malestar.
El lunes 23 no había cambiado nada, seguía igual o peor, sobre todo con el tremendo dolor de cabeza y el cansancio extremo. Ese día hablamos con el médico de Sanitas y nos recomendó hacer una placa de senos para ver si realmente tenía la dichosa sinusitis. Fuimos por la tarde a la clínica de Boadilla, sobre las 16h, pero antes de ir, decidí darme una ducha para adecentarme un poco. Me costó ponerme en pié y entrar al baño, pero me costaba aún más mover los brazos para por ejemplo lavarme la cabeza. Algo tan habitual como eso, darse una ducha, para mi fue un calvario. Pero lo peor vino luego… Tenía tal cansancio, que cuando terminé de secarme, al colgar la toalla, me quedé enganchado a ella, medio colgado, para no caerme al suelo. Mi cuerpo casi no podía más. No paraba de jadear y de preguntarme a mi mismo ¿qué me pasa? En ese momento me preguntaba cómo iba a ser capaz de ir a la clínica para hacerme la placa de senos. ¡No tenía fuerza! No se de dónde saqué algo de energía y con la ayuda de Teresa, que me llevaba por la casa y luego por la calle como si fuera un viejito, pude llegar, hacer la placa y volver a casa, casi con el tiempo justo para que al llegar volvieran otra vez todos mis males y me metiera en la cama inmediatamente.
Al día siguiente tenía hora en el otorrino para ver los resultados. También era por la tarde, pero en mi estado tan lamentable era muy complicado ir a la consulta. Teresa llamó y le dijeron que podía ir ella. No recuerdo bien si tenía que estar en el médico a las 18h, pero lo que nunca olvidaré fue el brutal dolor de cabeza que tuve más o menos una hora antes. Entré en una desesperación total. Yo creo que casi deliraba. Teresa de pie, al lado mío, me miraba con los ojos muy abiertos y la mano tapando su boca. Yo no paraba de dar vueltas en la cama rogando a lo más sagrado que me quitara el dolor. Era insoportable. Le pedía que le dijera al médico que me mandara lo que fuera para aliviarme porque estaba completamente al límite.
A la media hora, bajó un poco el dolor y con una infinita preocupación, solo había que ver su cara, Teresa se fue a la clínica. Regresó una hora más tarde pero sin ningún resultado, el otorrino no pudo salir del hospital donde estaba y no pudo pasar consulta en la clínica de Boadilla. Los medicamentos que había tomado me habían hecho un poco de efecto y la cabeza me dolía un poco menos, pero el no tener las indicaciones de un especialista para que mi sinusitis o lo que fuera mejorase, me hundieron bastante en la miseria, si cabe, un poco más de lo que estaba.
Buscando una alternativa, el miércoles 25 contactamos con mi médico de familia en Sanitas y él fue, viendo la placa de senos que ya estaba en mi expediente, el que nos dijo que la sinusitis era evidente además de muy fuerte. Me dijo que siguiera con el antibiótico y tomando analgésicos cada 6 horas. Pero también me dijo que posiblemente tuviera el COVID. Eran ya muchos días malo y con síntomas evidentes. Pero aún respiraba bien cuando estaba en reposo, dato que seguía siendo definitivo para no ir al hospital, según el protocolo.
No se si lo que me estaba pasando era digno o no de ir a urgencias, pero que las estaba pasando “putas” como en mi vida, ya os digo que si. Había momentos que Teresa me veía tan mal con los temblores, que me abrazaba por encima del edredón. Otras veces se echaba conmigo en la cama para intentar hacerme compañía mientras yo rabiaba de dolor. El malestar parecía que no iba a terminar nunca y que mi cuerpo iba a estallar.
FIN DE LA FIEBRE Y COMIENZO DE UNA NUEVA ETAPA
Ese mismo miércoles Teresa encargó un pulsioxímetro en la farmacia. Viendo mi estado considerábamos importante saber qué saturación de oxígeno tenía. El aparato llegó al día siguiente, justo cuando la fiebre desapareció y el dolor de cabeza empezó a bajar un poco. Cual fue nuestra sorpresa que cuando me puso por primera vez el “pulsi” en mi dedo, creo que fue por la mañana, la saturación era del 89%. Cuando una persona está sana, satura entre 95 y 99% así que el panorama para mi empezaba a pintar ahora de otra forma con esa saturación tan baja…
Llevaba muchos días en la cama y no podía apreciar muy bien el nivel de fatiga que podía tener al moverme. Cierto es que cuando salí de la ducha ese famoso día mi fatiga fue brutal, pero como normalmente volvía a la cama y respiraba bien, no le dimos más importancia.
Pero con esa saturación tan baja la situación se podía complicar mucho. Unas horas más tarde volvimos a chequear mi saturación y… 93% con picos de 94. ¿Habría sido una mala lectura al principio? Sin poder saberlo y comprobando de nuevo esa misma noche que seguía entre 93 y 94, decidimos ver como evolucionaba todo al día siguiente.
Sin fiebre, con un dolor de cabeza muy leve, con una saturación igual a la noche anterior y sobre todo, encontrándome un poco mejor, la mañana del viernes decidí bajar las escaleras para desayunar en el salón. Estuve unas horas sentado, vi un poco la tele y después de comer me subí otra vez a la cama. Cual fue mi sorpresa que después de subir los 17 escalones que me llevaban otra vez a la habitación, la fatiga que tenía era muy grande, respiraba muy a duras penas. Me tumbe en la cama, recuperé en no mucho tiempo la respiración, comprobamos la saturación y… 93/94%. La respiración volvió a ser normal y así acabó ese viernes.
Entre el sábado y el martes siguiente, los días fueron muy parecidos. No me encontraba mal aunque la saturación seguía en 93% con algún pico de 94. Pero hubo dos acciones muy simples que me hicieron pensar que algo no estaba funcionando. Entendiendo que estaba un poco mejor, me animé en una ocasión a cortar jamón, algo que me produjo un cansancio extremo. Corté tres o cuatro piezas y no pude continuar, me tuve que sentar. Y otra fue, siguiendo mi pensamiento de mejoría, no me acuerdo del día, intentar hacer una ensalada. A los 10 minutos de pie en la cocina, tuve que parar.
Gracias a que mi madre y mi hermana empezaron a mover mi baja laboral, el centro de salud de la seguridad social en Boadilla, la zona de Madrid en la que vivimos, se puso en contacto conmigo para ver cómo estaba. El primer contacto fue el martes 31 para ver lo que me pasaba y darme la baja, y el segundo contacto lo hizo ya mi médico de familia, una doctora encantadora, justo al día siguiente, 1 de abril, sobre las 15h, para ver cómo me encontraba. Le di de nuevo a ella todo tipo de explicaciones de lo que me había pasado insistiendo en mi saturación y mi gran fatiga al hacer cosas como las que he contado antes. Su recomendación, con cierta insistencia, fue que me fuera a urgencias del hospital Puerta de Hierro para hacerme una placa de tórax y descartar posibles afecciones pulmonares.
Dicho y hecho. Mi también chofer Teresa, me llevó al hospital. A las 17:30 estaba entrando en urgencias para hacerme esa placa de tórax. Aún con esa saturación al 93/94 yo me encontraba más o menos bien y pensaba que el paso por el hospital era un mero trámite.
ENTRADA EN URGENCIAS Y RESULTADO DE LA PLACA DE TÓRAX
Todo lo que había visto en televisión de hospitales abarrotados no tenía nada que ver en este hospital. No había mucha gente, lo normal en urgencias, y todo estaba en orden. La única diferencia importante era que todo el personal sanitario iba con mascarillas, guantes, pantallas y demás vestimenta de protección, algo que hasta ese momento solo había visto en la tele.
Teresa se quedó en el coche, era lo más prudente, porque no lo he comentado antes pero ella estaba bien, no presentaba ningún síntoma de nada. ¡Menos mal!
Al rato me llamaron a lo que denominan “triaje”, donde te valoran previamente para determinar la urgencia del problema. Tensión un poco alta y saturación de 96%. Yo creo que esto suele pasar muchas veces, llegas al médico y ya no te duele nada… “Muy bien pensé yo, me hacen la placa y me voy a casa”. Le indiqué a la enfermera a lo que había ido y me dijo que me tenía que ver antes un médico para que dictaminara él las acciones a tomar.
Durante la espera, ya en otra sala, le mandaba mensajes a Teresa para contarle lo que estaba pasando. La pobre seguía en el coche esperando para llevarme a casa. Había pasado ya una hora y media desde que había entrado en urgencias y la espera se hacía un poco larga.
Por fin me recibió una doctora. Le expliqué de nuevo todo e hice hincapié en que mi paso por el hospital era para la placa de tórax mandada por mi médico de familia. Viendo mi saturación y mi aparente buen estado, me dijo que no sabía realmente que hacía allí. Al insistir un poco que había ido por orden de mi médico para la famosa placa de tórax, accedió y dio orden de que me la hicieran.
Después de esperar otro largo rato, donde en algunos momentos me quedé solo en la sala de espera, por fin me llamaron. Incluso pude aplaudir dentro del hospital a las 20h, algo emocionante por estar con el personal sanitario presente.
Pues nada, un minuto y ¡placa hecha! Ya solo quedaba que me la dieran o que me dijeran que ya me podía ir a casa. Al ser todo digital, el resultado quedaba en mi expediente y mi médico lo podría ver al día siguiente sin problemas.
Pero no, seguí esperando otro largo rato. Ya habían pasado casi cuatro horas desde mi entrada. Teresa seguía en el coche, pasando un poco de frío, más aburrida que un mono. Yo la seguía mandando mensajes para planear que íbamos a cenar esa noche.
Y por fin, en la consulta “número 15”, sobre las 22h me llamaron para que pasara. Y la primera frase de la doctora, ya con otra cara, fue: “Lo siento, pero no tengo buenas noticias”. Clavé mis ojos en los suyos y le pregunté qué pasaba. Me dijo sin miramientos que tenía una Neumonía Bilateral Extensa. Según la valoración del hospital de grado 3, la más alta. Me enseñó la placa y al verla, parecía que me habían ametrallado los pulmones, estaban llenos de puntitos blancos por todos lados. Tenía un pulmón afectado al 100% y el otro al 66%. Me dijo que era consecuencia del COVID y que tenía que ingresar en ese momento ya que mi situación era grave.
Las piernas me empezaron a temblar. Le dije que yo me encontraba bien y que prefería no ingresar. Me midió de nuevo la saturación y mis constantes vitales y los parámetros iban empeorando por momentos: 15/10 de tensión, 120 pulsaciones y saturación 93%. Me dijo que tenía que hacerme un electro y una analítica completa. Dependiendo sobre todo de los resultados de los análisis, podía haber una mínima opción de no ingresar, pero bajo su opinión, lo mejor era hacerlo.
Su turno terminaba en ese momento. Me mandó las pruebas y me dijo que los resultados los valoraría otro médico. Se despidió de mi de forma muy cariñosa y me deseó que mejorase lo antes posible. Salí de la consulta cabizbajo y con bastante bajón. Hablé con Teresa para ponerla al día, alucinó con la noticia, pero le dije que no se preocupara, que aún había esperanza de que los análisis salieran bien y me pudiera ir a casa.
Al poco tiempo me llamaron para el electro, la gasometría y la analítica. Me lo hicieron todo y me dijeron que esperase en otra sala diferente para que me viera el nuevo médico.
Después de casi otra hora, quizás un poco menos, esperando los resultados de los análisis, una doctora salió de una consulta y citó mi nombre: “Carlos Simón, por favor, pasa y siéntate”. No se anduvo con rodeos, me dijo que los análisis no habían salido favorables y con la neumonía tan fuerte que tenía, había que ingresarme si o si. No había opción.
Una sensación muy extraña invadió mi cuerpo y me quedé unos segundos sin habla. Al reaccionar, la pregunté si había opción de hacer cualquier tratamiento en casa y no ingresar. Y en ese momento, con tacto pero con contundencia, me explicó de forma muy clara cual era el motivo real de mi ingreso y cómo estaba la situación con el virus en esos momentos.
“Carlos, tu situación es grave. Tienes segurísimo el COVID y a consecuencia de eso tus pulmones están muy mal. Si te vas a casa, previa firma de un documento, con mucha suerte podrías mejorar, pero si no la tienes, te puede dar una insuficiencia respiratoria de tal grado que no llegue la ambulancia a tiempo. Te queremos ingresar para intentar salvarte la vida. Nos estamos dando cuenta que el virus no solo afecta a personas mayores o a gente con patologías previas, el virus también ataca a otras personas. Y actualmente, el sector más afectado y con más peligro es el de varones “sanos” que tienen entre 40 y 55 años de edad”.
Yo estaba en shock y realmente no sabía qué decirla. Pero sus siguientes palabras fueron aún más “contundentes” y me hicieron reaccionar: “Las primeras 24h del tratamiento son cruciales para ver cómo evolucionas. Si tu cuerpo reacciona bien, subirás y casi seguro que saldrás de esta (haciendo un gesto ascendente con su mano extendida), pero si tu cuerpo no reacciona bien a la medicación, la cosa se podría complicar definitivamente (el gesto con su mano en ese momento fue descendente)”. Las piernas no se si me temblaban más o menos que antes, después de esta “gráfica explicación”. En ese momento bajé la cabeza, me quedé en silencio y segundos después pensé: “Realmente estoy jodido. Soy uno de las estadísticas, de momento de las de contagiados. Pero en breve… ¿formaré parte también de la de curados o de la estadística de fallecidos?” Tragué saliva, asimilé lo que pasaba, levanté la mirada y le dije a la doctora: “entiendo totalmente la situación y me pongo en sus manos. Es momento de luchar juntos contra el virus”. Sonrió levemente y me dijo que era la decisión acertada. Segundos después firmó mi orden de ingreso y empezó a preparar mi tratamiento.
INGRESO EN EL HOSPITAL
Salí de la consulta y lo primero que hice fue llamar a Teresa: “Cariño, me quedo ingresado, los análisis no han salido bien”. Su voz se quebró pero aguantó bastante el tirón. Le dije que le iría contando algo más durante las próximas horas, aunque lo siguiente era prácticamente ya el ingreso. Hablé seguidamente con mi hermana y le dije que se lo contara suavemente a mi madre. Al poco rato me llamó mi amigo Mateo, el médico de Almería, y le di también la noticia. Después de hablar con todos un silencio interior me invadió, aunque a los poco minutos cientos de preguntas vinieron a mi mente.
“¿Puede que me muera? ¡La gente se está muriendo por esto! ¿Seré el próximo? ¿Nunca volveré a bucear? ¿Ya no voy a ver más a la gente que quiero?” Para, para, me dije a mi mismo. Karlitos, ahora toca tranquilizarse y pensar en positivo. Fuera miedos y dentro pensamientos con energía, todo va a salir bien, aún hay opciones”.
Y más preguntas venían a mi mente: “¿Dónde me he contagiado? ¿Aeropuertos? ¿Mercadona? ¿Se lo trajo Teresa de la tele y me contagió? ¡Ella está bien! ¿Dónde ha sido?” Estas preguntas eran imposibles de responder porque podía haber sido en cualquier sitio entre los días 13 y 16.
La distancia de seguridad entre personas es super importante y lavarse las manos también, pero… ¿Y si el virus está en una superficie? El virus no se ve y puede estar en cualquier lugar. Pero mientras esté vivo, que pueden ser hasta 96 horas en billetes, plásticos, acero inoxidable y «mascarillas», según algunos estudios, puede contagiar a cualquiera que entre en contacto con él.
A los pocos minutos de salir de la consulta, las enfermeras de urgencias me pusieron oxígeno y me dieron el primer “cóctel de medicamentos”. No se cuántas pastillas eran ni para qué, pero sinceramente me daba igual. Yo solo esperaba que empezaran a hacer efecto cuanto antes.
Durante las siguientes tres horas que pasé en la sala de espera de las consultas de urgencias, antes de hacer el ingreso real en planta, vi pasar muchas personas por delante de mi. Les hacían pruebas, esperaban, entraban en las consultas y todos, sin excepción, mientras yo estuve allí, salían con su alta. Yo aplaudía en bajito y me alegraba infinito. Pero no podía evitar pensar que mi situación era distinta y que yo… sí ingresaba.
Sobre la 1:30h, hablé por última vez con Teresa durante esa noche. Le dije que estaba bien y nos despedimos con el “te quiero” más sincero y sentido de toda nuestra relación. Una hora más tarde, un celador me recogió en una silla de ruedas, para poder llevar bien la botella de oxígeno, y me llevó a mi habitación. Pasamos varios pasillos hasta que llegamos a un ascensor con unas pegatinas grandes y rojas que decía: “ZONA RESTRINGIDA – COVID”. Esto va en serio, pensé, estoy entrando en la zona de los contagiados de verdad. “Cagoenlaleche”, ahora si soy uno de los que he visto en la tele…
Salimos del ascensor en la planta tercera, me dieron “la bienvenida” las enfermeras y al final de un pasillo infinito y lleno de silencio, estaba mi habitación: la E301.1, la cual compartía con otro chico más o menos de mi misma edad. Me dieron indicaciones muy claras de que no podía salir bajo ningún concepto de la habitación y seguidamente me metí en la cama con el oxígeno puesto, los tubitos esos que llaman “bigotes” y a las 3h de la mañana se hizo oficial mi ingreso en planta.
Al día siguiente, o mejor dicho, a las pocas horas, sobre las 7:30, entró una enfermera a sacarme sangre para hacerme una nueva analítica. A las 8:30, nos dieron el desayuno y el siguiente cóctel de medicamentos, y sobre las 9:30 entró otra enfermera para tomarme las constantes vitales. Tensión, pulsaciones y saturación y cual fue su sorpresa que cuando miró el % de oxígeno vio que tenía 99%. Me dijo: “Carlos, esto está genial, ¡estás al máximo!. Un momento, voy a quitarte el oxígeno a ver que pasa”. Esperó unos 5 minutos y la saturación bajó solo al 97%. “¿Sin oxígeno al 97%? ¿Tú de qué estas hecho?” Me dijo la simpática enfermera. Viendo eso, decidió quitarme el oxígeno definitivamente. Antes de irse me comentó que en un rato se pasaría el médico para contarme cómo habían ido los análisis y cómo iba mi evolución. Ya más tranquilo por ver el 97 en la pantalla, esperé ansioso la visita del médico.
Sobre las 11h, entró la doctora. Se puso en la cabecera de mi cama, a la derecha, se bajó la mascarilla y con una gran sonrisa me dijo: “Los medicamentos están haciendo efecto, pero no sabemos aún cómo lo han hecho tan rápido en tu cuerpo. Estamos un poco alucinados. Tus pulmones deben ser muy fuertes porque si no, no tiene sentido esta mejoría tan grande. Le conté a la doctora que nunca había fumado, que buceaba desde hacía 33 años y que dentro de mis posibilidades hacía también apnea. Y me dijo: “Pues eso es lo que te ha podido salvar la vida. Carlos, esta tarde te damos el alta. Eres de los pacientes que menos ha estado ingresado en nuestro hospital con un caso de COVID con Neumonía Bilateral Extensa grado 3. ¡Felicidades!”
Si la sonrisa de la doctora fue grande, la mía me daba la vuelta a la cabeza. El día 2 de abril me habían dado quizás la mejor noticia de mi vida. Mi compañero se alegró mucho y eso que él estaba con saturación al 92% con oxígeno directo en mascarilla. Pero igual que me pasó a mi cuando veía a la gente salir con su alta en urgencias, le pasó a él. No hay mejor noticia que ver a la gente salir del hospital. Llamé primero a Teresa, luego a mi familia y luego a Mateo. Todos se alegraron mucho, esto tenía ya buena pinta.
Antes de irme me dieron el tratamiento que tenía que seguir en casa: antiviral, tres días y medio más. Y a partir de ahí, observarme por si hubiera alguna recaída y si no, vida normal relajada. Dos semanas de aislamiento en casa y a partir de ahí, nuevas pruebas para ver como iba mi evolución. Según protocolo ya no iban a hacer más pruebas del COVID, se daba por hecho que con el antiviral, mi evolución y las dos semanas, desaparecería por completo.
A las 17:30 de ese inolvidable día 2 de abril, estaba saliendo por la puerta principal del Hospital Puerta de Hierro. Un pedazo de hospital donde me dieron la peor y la mejor noticia de mi vida en un período muy corto de tiempo.
RECUPERACIÓN EN CASA Y EL POR QUÉ DE ESTE RELATO
El volver a casa con esa buena noticia, es algo difícil de explicar. Estaba con una alegría contenida, pero muy feliz. Ahora tocaba seguir el tratamiento y estar muy atento. La ventana que dejó abierta la doctora cuando dijo que si notaba algún empeoramiento volviera al hospital, mosqueaba un poco, pero yo me veía bastante bien y sobre todo lleno de fuerza para luchar contra el virus y contra lo que viniera. Es cierto que psicológicamente sales bastante tocado después de lo que te ha pasado, pero no te puedes dejar llevar por los fantasmas durante mucho tiempo, hay que mirar de forma enérgica hacia adelante y buscar el positivismo cada minuto.
Y además de armarte psicológicamente, tienes que reforzar esos pulmones físicamente. Los consejos de algunos médicos amigos míos y de otros amigos que habían pasado por lo mismo que yo, como mi amigo Quim, están haciendo poco a poco que mi mejoría vaya a más y que mi saturación suba, algunos días, al 98%. La fisioterapia respiratoria es una de las claves para que los pulmones se vayan recuperando y salgan lo mejor parados de la neumonía. Aún no se conocen las secuelas que puede tener el COVID en estos casos, pero que lucharé cada día para que mis pulmones vuelvan a estar al 100%, eso es seguro.
Y no solo los medicamentos, mi cabeza y los ejercicios son buenos para seguir adelante y tener una buena recuperación. Hay algo muy importante también y son… “los tuyos”. Teresa, mi madre, mi hermana, mis cuñados, mis sobrinos, mis tíos, mis primos, el resto de mi familia, Mateo, mis amig@s y toda la gente que me sigue en las RRSS, me empujaron tanto, que fue sin duda otra de las claves para empezar a pensar en que SÍ SE PODÍA. Por ello, os doy infinitas gracias a todos.
Con este relato, quería haceros llegar de una forma muy contundente lo que puede llegar a hacer el virus en una persona como yo: sana, deportista y medianamente joven (52 años). Es cierto que afecta a personas mayores y a personas de otras edades con patologías previas, pero también afecta a gente joven, sobre todo, por lo que están viendo, a varones de entre 40 y 55 años. Es un virus «muy cabrón» que cada día nos tiene preparada una sorpresa. Y esto es lo que mucha gente aún no está entendiendo, se piensan que el virus no va con ellos, y como veis, te puede sacudir en cualquier momento. Como se suele decir… «para muestra un botón».
Este virus no es ninguna broma. En España van casi 17.000 muertos y en el mundo ya superan los 100.000. Es cierto que en nuestro país parece que la cosa mejora, pero no hay que bajar la guardia y menos aún cuando se empiece a salir a la calle. Si uno se descuida, incumple la normas y se salta el confinamiento actual, puede acabar contagiado o contagiando. Hay gente que lo tiene pero no lo sabe, son los famosos asintomáticos. Por eso es tan importante quedarse en casa, protegerse y proteger al prójimo. Si todos seguimos estas normas hasta el día que podamos salir, podremos luchar contra el virus y acabar con él.
¡Fuerza y a por el COVID-19!